jueves, 15 de julio de 2010

Formándome con las enseñanzas de Diana Zileri

A las cuatro tenía que llegar al Tower Lima Hotel. Eran las tres y ni siquiera me había bañado. Vivo en San Miguel y el hotel está en San Borja. Lo bueno es que a esa hora hay menos tráfico en Javier Prado. Claro que todos sabemos que es imposible que el tráfico no exista en esa avenida. Esa congestión en aquella vía es como la sangre que bombea nuestro corazón hacia todo nuestro cuerpo: nunca falta y nunca se detiene (lo que es peor).

Siempre me subo en la “JV”, que es un microbus que siempre ha ido rápido, cada vez que he estado o no apurado; lo recomiendo. Va “todo Faucett, La Marina, JAvier Prado, Constructores”. Yo, en efecto, lo tomo en La Marina. Justo en el cruce que hay entre Faucett y La Marina. Gracias a Dios, con los carros que van “todo Javier Prado” nunca tengo problemas con el pasaje. “Respetan” el carné universitario. Por cierto, ese carné es como si fuese un paso a la paz, la armonía, la tranquilidad, pues no tienes que pelearte con los cobradores todos los días; con la combi la “S” es rutina pelearse; quienes van todos los días en esa, no me dejarán mentir.

Pero, bueno, fuera de combis y microbuses, destructores del medio ambiente y la armonía de la sociedad, y por los que no sale ni una ley que los pueda regular ni existen ni una autoridad que haga posible convertirlos en un verdadero medio de transporte para que nosotros, seres humanos, dejemos de ir en lo que más parece un camión de chanchos, llegué al hotel. Fichazo; recontra elegante, elegantísimo, mejor dicho; me sentí una persona importante al entrar; como nunca, nadie me miró mal, lo que es común en ese tipo de hoteles, raro.

Buenas tardes, voy al seminario de comunicaciones. Subiendo las escaleras hacia la derecha. Gracias. Era como si estuviera entrando al Palacio Real. Buenas tardes, me dijo un botones. Buenas tardes, dije segundos después que parecieron una eternidad, me sentí muy malcriado. El problema (el ruido, como diría David Berlo) fue que me quede estupefacto con la elegancia, delicadeza y preciosura que estaba diseñada las salas de espera que estaba entrando a la derecha. Y justo, pues, el botones estaba hacia mi izquierda, qué puedo hacer.

¿Sí?, me dijo María Fernanda; no me reconocía. Hola, Melanie me tiene en su lista. ¿Eres Renato? Sí. Hizo unas movimientos de labios que parecía quería poner un puchero que expresaban aceptación. A, entra nomás. Sorprendido pregunté: “¿Entro nomás?”. Sí, que te den tu fólder. A…ok…listo…gracias, fueron mis palabras concluyentes.

Me encontré con unos amigos que ni idea tenía que irían. Me sentí mejor. Acompañado, ya no estaría solo. No me gusta, en esas ocaciones, estar solo. De todas maneras, siempre conozco gente en esas reuniones, y en cualquiera. Pero algo que sí que es increíble, como siempre existen, hay, te encuentras y conoces gente que te ayuda; en mi caso, me ayudan a formarme como periodista. Así, por ejemplo, tuve el privilegio de escuchar a Esther Vargas dando una súper charla acerca de las redes sociales, especialmente Twitter. Alucinante. Pero hubo una ocación más que alucinante, impresionante y emocionante: tuve el honor de conocer a Diana Zileri. Estuve sentado detrás de ella durante más de dos horas y resién, para eso entonces, me enteré que era ella porque uno de los ponentes la saludó, y a quien aplaudieron, por supuesto.
Esta experiencia marcará mi ser, puesto que ni siquiera fui yo quien la saludó sino ella fue quien se dirigió a mí. La gente acomodaba todos los conocimientos adquiridos entre sus neuronas mientras el nuevo ponente se preparaba para su magistral charla. Mientras reflexionaba, solo, justo mi amigo había ido, si no me equivoco, a entrevistar a uno de los ponentes, vi que Diana Zileri se acomodaba en su sitio, de manera que estuviera cómoda para poder voltear, y mientras sucedía eso, varias ideas pasaban por mi mente: sólo se está acomodando, no creo que voltee, ¿para qué va a voltear? Debe querer mirar algo o alguien que esté atrás. Volteó. Miró a mis amigos como si los estuviera escaneando, registrando, y pareciese que no los aceptó, no pasaron el examen Zileriano; debe haber sido porque estaba mirando las fotos que había tomado y los videos que habían grabado. Se esforzó un poco más, giró más hacia la izquierda, hacia mí, hacia mi ser. Me miró. Me habló. ¿De qué Universidad eres? San Martín, dije casi titubeando. Tenía una voz dulce y unos ojos celestes impresionantes, que me transmitieron algo como cariño. Me preguntó por una profesora que nunca en mi vida había escuchado. No, no la conozco, dije alzando un poco las cejas y abriendo los ojos, y moviendo mi cabeza de izquiera a derecha varias veces. ¿Ud. conoce a Zoila Guzmán? No, no, no, me dijo haciendo el mismo movimiento de cabeza. Cuando había hecho una pausa, sólo atiné a decirle Ud. es Diana Zileri, ¿no? Sí, dijo con una sonrisa. ¿Tengo el honor de conocer a Diana Zileri? Sonrió, soltó una risa, un ja, ja, ja, y me golpeó la rodilla como aceptándome, como cuando, a veces, decimos “baah”, queriendo expresar poca importancia hacia algo o alguien.Es un gusto, le dije. Justo el ponente comenzaba su charla.

La TDT (Televisión Digital Terrestre) fue el tema. Desoués de explicar que es una falacia decir que la distancia más corta entre un punto y otro punto es la recta, preguntó: “¿Entonces, ¿cuál es?”. El click, dije. Algunos se rieron, otros pensaron antes de reirse, algunos se quedaron pensando, por otro lado estaban de acuerdo conmigo. Después de intentar tomar una conciencia crítica respecto de lo que había dicho, lo que nunca se logró, el ponente me dio la razón. Roberto Winsberg, quien me confundió con Fredy, no sé por qué. Creo que fue una maldición porque después me encontré con una de las personas que menos quiero encontrarme en la vida. Freddy. No recuerdo su apellido. Por favor, que nunca más me lo cruce.

Al final, tuve la grandísima oportunidad de conversar con Diana, de tú a tú, como amigos, como si me conociera hace mucho, así me trataba, como su hijo, como su discípulo, vio en mí alguien que quería aprender, eso me alegró muchísimo, mucho más que haber estado en el seminario, debo de confesar.
Entre todas las preguntas que le hize, a lo entrevista, hay una que se me quedó grabada. ¿Cuál es la diferencia entre la prensa peruana y la prensa británica? Ella ha trabajado en la BBC, vale recordar. “Una gran diferencia es que allá los periodistas saben escribir, aquí no”. Ayer, conocí a una de las mejores periodistas del Perú.

Eran las 10:45 más o menos. Me iba a la casa de una amiga, que era su cumple y a quien un gran amigo mío le había pedido la mano. Increíble. Emocionante, también. Me encontré con muchos amigos. Hoy tuve el honor de conocer a Diana Zileri. ¿Quién es? Uno de los cerebros del periodismo peruano.

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