jueves, 30 de septiembre de 2010

La pregunta incómoda: más de 10 minutos sin respuesta

El presidente junto a la periodista. | Efe El presidente junto a la periodista. | Efe
  • Andreína Flores es corresponsal de RCN radio y Radio Francia Internacional
  • Los productores del programa La Hojilla investigan su vida
  • El Ministerio de Comunicación rechazó un comunica de APEX que pide respeto
La periodista venezolana Andreína Flores está en el ojo del huracán. El pasado lunes, durante una conferencia de prensa con motivo de las elecciones parlamentarias, la corresponsal de Radio Francia Internacional y RCN de Colombia le hizo una pregunta incómoda al presidente Hugo Chávez.

martes, 28 de septiembre de 2010

Esto escriben los condenados a muerte


Tomado de El País.- VERÓNICA CALDERÓN.- El día favorito de Melvin Hardy, de 32 años, es el 21 de cada mes. “El mejor día es cuando llegan las cartas”, cuenta. Hardy es uno de los 3.000 presos que tienen un perfil en www.writeaprisoner.com, una web dedicada al intercambio de cartas entre reclusos y el mundo exterior. Entre esos 3.000 hay 300 que están en el corredor de la muerte. El 21 es el día en que recibe, impresos, los correos electrónicos que le llegan. Él responde por envío postal. Hardy ha pasado la mitad de su vida en una celda de nueve metros cuadrados en el corredor de la muerte de una prisión de Raleigh (Carolina del Norte, sureste de Estados Unidos), donde espera su ejecución por inyección letal. En su perfil afirma que le “gusta hablar de cualquier tema bajo el sol. Música, política, el mundo, lo que quieras. Y sobre todo, me encanta aprender”. En su primera carta, fechada en marzo pasado, reconoce su culpa, pero insiste en que el trato que recibe es “inhumano”. De puño y letra, relata: “Sé que estamos encarcelados y que nos merecemos este castigo, pero esto es más. ¡Es una tortura!”.

La pena de muerte está vigente en 38 de los 50 Estados de EE UU. Hay cerca de 3.200 reos que aguardan su ejecución en las cárceles estadounidenses. Su vida es distinta de la de otros presos. Son marginados de los programas de educación, tienen más restricciones para visitas y un ínfimo contacto con el exterior. De lunes a viernes, pasan 22 o 23 horas en su celda. Son encerrados durante el fin de semana.

“Desde mi condena, los amigos comenzaron a abandonarme, las cartas dejaron de llegar y las visitas cesaron. Todos se dieron cuenta de que estaría aquí para siempre, que no volveré y siguieron con sus vidas. Hasta las cartas de mi familia disminuyeron. Es la peor sensación del mundo”, afirma Hardy en una carta tras ser contactado por EL PAÍS a través de www.writeaprisoner.com. Esta web recibe dos millones de visitas al día, según explica a través de correo electrónico su director, Adam Lovell, de 33 años, y fue fundada hace 10 años. “Todo era mucho más pequeño cuando comenzó. Simplemente quería hacer un sitio de correspondencia para presos”, comenta. Cada año, la web reparte 35.000 cartas en más de cincuenta cárceles de Estados Unidos. Aunque el 90% de los presos saldrá libre algún día, los condenados a muerte son “por mucho” los que reciben más correo. “Algunos les escriben por compasión, otros por curiosidad”, asegura Lovell.

Los perfiles de los presos ofrecen rostros sonrientes y, en algunos casos, fotografías de su niñez y juventud. Algunos comparten pinturas y poemas. Contrastan con los detalles de los crímenes por los que fueron condenados. “Mis pensamientos derivan como telarañas al viento / Cómo escribo la última carta a mi familia / Cómo podré recordarles cuando mi cuerpo y mente duerman para siempre / Les recordaré como amor”, escribe en su perfil Robert Simon, de 47 años, de Misisipi. Fue sentenciado en julio de 1990 por el asesinato de una familia en febrero de ese año. Los hijos tenían 9 y 12 años.

Hardy fue condenado por matar a un miembro de una banda rival. Tenía 18 años y se dedicaba al tráfico de drogas. Habla sin problemas sobre su caso. “Odio lo que hice. El dinero no valía la pena. Si hubiera pensado durante un segundo en el daño que causaría a mi familia y amigos no estaría aquí. Fui egoísta. Ya no tengo 18 años. No soy el mismo, ni siquiera me veo igual”, señala.

Entre la sentencia y la ejecución de la condena pasa un promedio de 10 años, según la ONG Death Penalty Information Center, pero algunos presos han llegado a rebasar los 30 años. Hardy lleva 18. “Cuando llegué, no podía creerlo. Esto es el corredor de la muerte. Entonces era el más joven de los seis presos que estaban aquí. No dormía. Pasaba despierto toda la noche con la ropa puesta, hasta que un oficial me ordenó que me desvistiera cuando apagan las luces, a las 11 de la noche”.

Robert Garza, de 27 años, lleva solamente siete en el corredor. En sus cartas, no habla demasiado sobre la ejecución que le espera. Si acaso, de modo general. “No se puede hablar de compasión si se promueve la pena de muerte”, afirma reiteradamente. Garza era pandillero, fue condenado por el asesinato de cuatro mujeres en un tiroteo causado por un ajuste de cuentas. Si no fuera por el fondo de la imagen, en sus fotos apenas se adivinaría que se trata de un condenado a muerte. La fotografía muestra a un joven moreno, sonriente, con la cabeza rapada y perilla. “Prefiero distraerme, conversar, dibujar. Ya es suficientemente duro estar aquí”.

Hardy es meticuloso para describir su rutina. “Las luces se encienden a las seis de la mañana, a las siete cambian los turnos. Cuando recién has llegado, conoces a tus compañeros. ‘Hola, soy tal y tal y llevo aquí cinco años’. Es raro, pero con el tiempo te das cuenta de que estos tipos no son monstruos. Yo sé que no lo soy”. Garza, por el contrario, no detalla sus circunstancias. Si acaso, menciona lo que le gustaba hacer cuando estaba “fuera”: ir al cine -La jungla de cristal es su película favorita- y la música hip-hop. Quiere saber “¿cómo es la vida allá?”, y responde con alegría cuando recibe una postal. “Este es un sitio solitario”, cuenta.

Tras la ejecución, el pasado jueves, de Teresa Lewis en Virginia -la primera mujer en 2005-, en Estados Unidos hay 52 mujeres en el corredor de la muerte. De los 300 perfiles de condenados a muerte que hay en la web, tres son mujeres. Una de ellas es Virginia Caudill. “Busco a una persona para tener una amistad o quizá algo más, alguien con quien compartir mis pensamientos”. Caudill fue sentenciada a la pena capital en 2000 en Kentucky por asesinar a una mujer de 73 años.

“Me gusta recibir cartas de gente que vive en el extranjero. Nunca viajé fuera de aquí, ahora lo único que me queda es imaginar”, cuenta Garza. Pese a sus raíces latinoamericanas (sus abuelos nacieron en el Estado mexicano de Nuevo León), Robert habla muy poco español. Tiene buena letra, y suele dibujar en sus mensajes una carita sonriente. No tiene problemas en hablar sobre la pena de muerte -”mi meta es que un día se logre abolir”-, pero no sobre su condena. Quizá siguiendo el consejo de su abogado. Tampoco habla de la familia, a la que no ve. “No me gusta mucho hablar de eso. Les quiero y les echo de menos”. Tiene dos hijos: Robert, de seis años, y Rylie, de cuatro. Su esposa Jennifer explica que antes les decía que “su padre estaba de vacaciones y que pronto iba a volver con nosotros, aunque el mayor ya se da cuenta. Pregunta por él y se pone muy triste”. Su madre, Silvia, es activista contra la pena de muerte y ha denunciado contradicciones en el juicio de su hijo.

Hardy no tiene hijos, pero considera que los niños son los primeros que deberían enterarse de las condiciones en las que vive. “Todos deben saber cómo se vive aquí. Los niños deberían disfrutar de la vida, y no pensar en cómo robar o vender droga para comprar cosas que no necesitan. Mucha música [hip-hop] glorifica el tráfico de drogas y los crímenes. ¿Por qué estos raperos no dicen la verdad? Si vendes drogas, vas a la cárcel o te mueres. La cárcel no es guay, es real y las palabras no me alcanzan para describir el sufrimiento que veo aquí todos los días. ¿Este es el precio que están dispuestos a pagar para llevar esa ropa? No merece la pena. Sé que puede ser atractivo cuando eres joven, pero ahora, con 32 años, me doy cuenta de lo estúpido que fui. No quiero que esto le pase a nadie más”.

Adam Lovell, el director de la web, explica que “lo más terrible” en la vida de los condenados a muerte es la soledad. Su vida ha estado relacionada con la prisión desde su niñez. Su madre fundó un centro de alfabetización en un penal de Pensilvania. “Los prisioneros que reciben cartas tienden a comportarse mejor en prisión, les mantiene lejos de los problemas”.

Su web se inició como un proyecto sin ánimo de lucro, pero comenzó a cobrar hace seis años. El coste para que un preso cuelgue durante un año su información y fotografía es de 40 dólares (30 euros). Lovell argumenta que el dinero sirve para pagar su propio sueldo, el de dos empleados a tiempo completo, un programador y dos trabajadores a tiempo parcial que les ayudan “a fin de año, la temporada con más trabajo”. A los usuarios, el sitio únicamente les exige tener más de 18 años (aunque no se pide ningún tipo de identificación para comprobarlo) y recomienda usar como remitente un apartado postal. “Lo más importante es humanizar al preso. Son también personas”, subraya. “Hay mucha gente con prejuicios”, escribe Robert en junio. “Nadie presume de que un amigo suyo está condenado a muerte”. Pese a que son pocas las palabras que dedica a su destino, Robert se muestra optimista. “Nunca he dejado de creer en los milagros ni en la compasión de los demás”.

“Durante muchos años pensé que mi vida no valía nada porque era un condenado a muerte. La verdad es que nunca vi el potencial que tenía. Pude haber sido un buen hijo, un buen hermano, un buen esposo, un buen amigo y sobre todo, un gran hombre. Pero creo que no me puedo rendir por tener una sentencia a muerte. No estoy muerto. La vida en prisión es difícil pero no inaguantable. He decidido jugar con la mano que la vida me ha dado. ¿Qué otra opción tengo?”, afirma Hardy.

“Estoy muy agradecido a los que se han tomado el tiempo para conocerme. Espero demostrarles que no todos los que estamos aquí somos gente horrible. A veces solamente se trata de personas que tomaron malas decisiones en su juventud, pero no malas personas. Y esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Nadie se merece esto. Yo no soy un monstruo”. Cada una de sus cartas termina con la misma despedida -”Sincerely” (sinceramente)- y tienen el mismo final: “Gracias por su última carta”. Lo peor es que sabe que llegará un mes en el que ya no habrá un día 21.

martes, 14 de septiembre de 2010

Ateo desmiente mito de "sacerdotes pedófilos y violadores"

LONDRES, 14 Sep. 10 / 05:19 am (ACI)

Un reconocido columnista ateo denunció que la prensa secular inglesa desinforma a sus lectores al afirmar que en los últimos 50 años unas 10 mil personas sufrieron una violación por parte de sacerdotes.

"¿En realidad 10 mil niños en Estados Unidos y otros miles más en Irlanda fueron realmente violados por sacerdotes católicos? En una palabra, no", escribió Brendan O’Neill, editor de la revista de humanidades Spiked.

"Lo que ha sucedido es que en el cada vez más agresivo y casi inquisitorial mundo del lobby ateo y antipapa, toda acusación contra un sacerdote católico se ha colocado bajo el título de ‘violación’ y ha sido descrita como verdadera sin importar si ello terminaba en juicio o en una condena", explica.

Para O’Neill, "la frase ‘sacerdote pedófilo’ se ha convertido en parte habitual de la jerga cultural cotidiana y hace que muchos, cuando leyeron en el diario Independent (de Inglaterra) la semana pasada que "más de 10 mil niños han salido a la luz a decir que fueron violados (por sacerdotes católicos), hayan pensado probablemente, ‘sí, es posible’. Pero lo cierto es que no es verdad".

El columnista explicó que de las 10,776 acusaciones entre 1950 y 2002 contra 4,392 sacerdotes en Estados Unidos, solo 1,203 fueron consideradas violaciones. Cuestionó la manipulación de las cifras que hace Independent y precisó que para el lobby ateo y antipapa "todo sacerdote es culpable de lo que se le acusa sin importar si fue imputado o no por una corte".

O’Neill también sostiene que "en 2009 la prensa irlandesa y británica dio a conocer que ‘miles de niños fueron violados’ por sacerdotes católicos y religiosos en escuelas de Irlanda. La realidad es que 242 varones presentaron 253 informes sobre abusos sexuales en estas escuelas ante la Comisión que investiga el tema. De estas, solo 68 resultaron ser violaciones".

"Una vez más, no todas las alegaciones resultaron en condenas. Algunos informes involucran a sacerdotes que ya habían muerto, y de los 253 informes se tenía que 207 eran anteriores a 1969, 46 a la década de los '70s y '80s".

"¿Cómo entonces 68 acusaciones sobre violación hechas contra el personal de escuelas irlandesas en un periodo de 59 años se pueden traducir en titulares que hablan de miles de violados?" cuestiona O’Neill y él mismo contesta: "una vez más, todo lo que tenía que ver con golpes, abusos o maltratos –que sufrieron miles de irlandeses en escuelas– fue colocado junto la palabra violación, creando la imagen de ser una institución religiosa que viola niños diariamente".

El editor de Telegraph Blogs y experto en religión, Damian Thompson, comentó la columna de O’Neill y señala que "nos ha hecho un servicio al escribir este artículo en la víspera de la visita del Papa (al Reino Unido). Y, por favor, no es necesario que me recuerden los viles actos que fueron cometidos contra niños por algunos del clero católico. Los conozco. Yo escribía artículos sobre el escándalo de los sacerdotes pedófilos a principios de los '90s cuando ni la Iglesia ni la opinión pública parecía tan interesada en el tema".

Por esa época, prosigue Thompson, "también escribía escépticamente sobre el ‘ritual satánico del abuso’ ¿Lo recuerdan? Para explicarlo en breve, muchas acusaciones sobre ‘abusos rituales’ resultaron ser infundadas. Sin embargo, quien se negara a ‘creer a los niños’ era denunciado por apología de la pedofilia".

Thompson señala que "claramente una pequeña minoría de sacerdotes eran abusadores, mientras que la evidencia de adoradores del demonio y pedófilos es virtualmente inexistente" y agrega que en los '90s "a los académicos o periodistas que hacían preguntas extrañas sobre las bases empíricas de las acusaciones de satanismo eran callados por un grupo cuyos miembros eran secularistas que odian la religión y protestantes extremistas. Llámenme paranoico, pero parece que esta antigua alianza ha vuelto nuevamente a las andadas".

lunes, 6 de septiembre de 2010

Cuando bajó el puente



Estaban parados. El micro iba muy lleno. Ambos con los dos brazos cogiéndose del pasamanos que estaba encima. Los dos voltearon a la vez y se vieron directamente a los ojos. Solo sus brazos los separaban. Sólo sus brazos. El carro se movía de un lado a otro, parecía un juego mecánico; el calor se incrementaba por las lunas que estaba cerradas; las personas los empujaban; pero, sin embargo, para ellos era como si no sucediese nada. Con ellos no era. Era como si se hubiese paralizado por unos segundos el tiempo. Solo para ellos. Como si hubiesen rezado los dos a la vez para que Dios parase unos instantes lo que tenía que hacer para que vieran sus almas, mutuamente, a la vez, a través de sus ojos: marrones claros los de ella, marrones oscuros los de él. Sin embargo, los dos veían sus ojos y observaban que eran claros, parecían claros.

En ese momento, sus ojos se expresaban. Recordaron que los ojos son la ventana del alma. Aunque descubrieron que no podían esconder lo que sentía. Él se dio cuenta que sus ojos brillaban. No quiso ilusionarse pensando que estaba enamorada de él. Lo pensó. Ella tampoco se quiso ilusionar. Volteó. Voleron a la vez. Quedaron en levantar el puente que los estaba uniendo, que hacía que creyesen que ese momento no acabaría nunca, jamás. Se levantó el puente. Sonrieron.

Quiso volver a mirarla, pero encontraba respuesta en ella. Volteó, pero ella seguía mirando a través de la ventana, perpleja, pensativa, resuelta a no voltear otra vez. No quería que descubriese lo que decía su corazón. Se volvió. Ahora, ella lo miró, pero él se perdió en su pesimismo, y continuó mirando cómo los carros pasaban sin respeto, dominando las pistas. Se imaginó que debía hacer lo mismo: dominar el momento. Pero lo que descubrió es que no podía dominarse a sí mismo, y ya no pudo vencer sus miedos. Ella se volvió.

Por un momento, él deseó no haber vivido esos segundos que hicieron que abra su corazón. No le gustaba abrir su corazón. Tenía miedo a que lo rechazen. Ella miró su reflejo en la ventana. Le parezco fea, dijo para sí. Tenía lentes y bráquets. Aquellos minutos, él se puso a pensar en qué le atraía de ella, pues nunca había buscado una mujer de ese tipo. Se molestó consigo mismo por ser tan estúpido. No porque le guste una mujer desagradable, sino porque no se entendía a sí mismo. ¿Cómo aspiro a vivir mi vida junto a alguien si ni siquiera sé controlar mis sentimientos?, se replicó.

Ella no podía esperar más. No veía el momento en que tuviera que bajar de ese asqueroso autobus, que solo le había traído más problemas. Malditos micros. No solo te llenan de estrés, sino que te ponen en situaciones complicadas. Él Resolvió que lo que más le atraía eran sus ojos. A través de las ventanas de sus lentes, podía ver una luz especial, en sus ojos marrones claros, pardos claros, que le llamaban. Pensó que era la mujer que Dios le había separado desde antes que naciera. ¡Qué estupidéz!, concluyó.

De repente, y como en algún momento sucedería, el odiado transporte público frenó bruscamente. Se le había atravezado otro auto. Varios casi se caen, otros se cayeron. ¡Hijo de puta!, gritó el conductor. Ella se resbaló. El pasamanos se rompió. Intentó congerse de un asiento, pero no lo alcanzó. Empezó a imaginarse cómo se burlaban de ella, la vergüenza que pasaría. Visionó que gente se caía encima de ella y que se levantaban pisándola, sin pedir perdón. Imaginó que se le caían los lentes y que se los pisarían, y consecuentemente se romperían. Y sería el hazmerreír de todo el autobus.

Él la cogió del brazo, fuerte. Se llegó a coger de la cabecera de un asiento. Un señor bigotón, gordo, canoso, se cayó encima de él, pero no se soltó. Quería ser el héroe, no podía dejarla caer. Aguantó el peso del gordo canoso y bigotón. No la soltaría. La levantó suavemente. Sintió por unos instantes que cogía un adorno de cristal, precioso, muy caro, de colección, antiguo, como una reliquia. Y si lo soltaba, se rompería, y su tristeza sería inmensurable. Cuando estaba a su altura, parada, la miró a los ojos. En ese momento, el puente volvió a bajar para que pase el viento, sin barreras, sin obstáculos. Ese aire que estaba contenido en su corazón y que hacía que viviera angustiado. Lo miró.

Gracias, le dijo. De nada, respondió. Sintió que había sido la primera vez en su vida que decía algo con seguridad. Soy Patty. Y yo, Luis Fernando. Un gusto.